dimecres, 17 de novembre del 2010

INTENTO DE HUIDA

Hola, me llamo Nuria y tengo 15 años. Vivo en un barrio a las afueras de Madrid. Ahora os quiero contar la historia que me cambió la vida.

Un día iba andando por las oscuras calles de mi barrio, despreocupada, escuchando música. Era de noche y hacía frío. A cinco calles de mi casa, me dí cuenta de que alguien me seguía, pero no estaba segura. Me puse nerviosa, y empecé a correr. Era la presa perfecta, llevaba una cola y unos tacones, lo que me dificultaba el hecho de correr. Él también empezó a correr. Corría muy rápido y me alcanzó enseguida. Me puso un trapo de cloroformo. Intenté escapar, pero empecé a dormirme y perdí la fuerza.

Me desperté en el maletero de un coche. Empecé a golpearlo, pero no funcionó. Estaba cansada, pero alerta. Pasado un instante, el ruido de unas llaves me inquietó. Escuché como unos pasos se acercaban a mi posición. Un individuo abrió el maletero, me cogió en brazos y me llevó hasta un almacén. Ese almacén estaba abandonado. Era grande, viejo y estaba asquerosamente sucio. Me dejó en una esquina, y se fue. Me dejó allí tirada, como si nada. Entonces me paré a pensar, ¿Y mi familia? Me derrumbé. Llegó la noche y, no pasó nada. Seguía sola. Hacía mucho frío y no tenía donde dormir. Vi unas cajas en la otra punta del almacén y me hice una cama con el carón. No podía dormir. Estaba incomoda y helada. Llegó el día, apenas pude dormir. Alguien entró por la puerta, pero pasaron olímpicamente de mí. ¡Me estaba volviendo loca! ¿Para que me habían secuestrado? ¡Para nada! Perdí la noción del tiempo. Mi secuestrador me daba de comer cada dos días.

Pasado mucho tiempo, mi secuestrador me dejó salir a la calle, y a partir de ahí, cada día me dejaba salir. No sé como no porqué, pero me caía bien. Pero una noche empecé a pensar y me di cuenta de que estaba mal de la cabeza. ¡Le estaba cogiendo cariño a mi secuestrador! Sufría el síndrome de Estocolmo. Esa noche me quedé analizando el almacén, para ver si encontraba una salida. Miré hacia arriba, hacia abajo, a la izquierda y a la derecha. Nada, no había nada. Pero miré hacia el cielo y, me di cuenta de que había una rejilla. ¡Podía escapar! Entonces pensé ¿Como podía llegar allí arriba? Era un almacén, tendría que haber una escalera por alguna parte. Me tiré toda la noche buscando una escalera y por suerte la encontré. Subí por ella y me fijé en que la rejilla estaba atornillada. Bajé y busqué un destornillador. Al buscar la escalera me pareció ver una caja de herramientas. También la encontré, pero no había lo que estaba buscando, pero había un objeto semejante que podía hacer perfectamente la función de destornillador. Subí de nuevo y desatornille los cuatro tornillos que habían, uno en cada esquina. Al quitarlo fui discreta, para no hacer mucho ruido, bajé y la dejé en el suelo. El conducto estaba sucio, pero eso, en ese instante, me daba absolutamente igual. Encontré la salida casi al instante. Cuando salí, un bosque inmenso me rodeaba por los cuatro costados. Mi único objetivo era encontrar una carretera con la que llegar a casa.

Me quedé quieta y callada, para ver si escuchaba algún ruido, algo con lo que orientarme.

Escuché un ligero pitido y lo seguí. Empecé a correr por el bosque. También era de noche y hacía viento. Las ramas se movían, y eso me asustaba aún más. Cada vez corría más y más. Me pareció ver algo a lo lejos. Entonces corrí con todas mis fuerzas hasta allí. ¡En efecto! Era una carretera. Esperé sentada hasta que pasara un coche. Pasó mucho tiempo. Pero al final vi una luz. Era un coche. Hice señas para que me pudiera ver. Paró y me recogió. Le expliqué todo lo que me pasó y le dije mi dirección para que me llevara a casa. Pasó una hora y al final llegamos. Piqué a la puerta y mi madre me vio, descolorida, sucia y con la ropa rota. Al verme me apretó muy fuerte en sus brazos. Llamó a toda la familia y empezó a llorar. De repente, unas lagrimas se derramaron por mi cara. Por fin estaba en casa.

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