Sonaban las campanadas de las doce, di muchas vueltas en la cama, no podía dormir. Al pasar un rato mis párpados empezaron a caer, estaba a punto de conciliar el sueño cuando escuché unos ruidos extraños, que cada vez eran más fuertes. Cogí una linterna y me dispuse a bajar las escaleras. Estaba aterrada, cada vez los ruidos se hacían más y más fuertes.
Al llegar a la planta baja de mi casa, me dí cuenta de que los ruidos procedían del sótano. No sabía que hacer, si subir arriba, tumbarme en la cama y hacer que nada había pasado o respirar hondo, ser valiente y bajar. Opté por la opción A muchas veces pero mi mente quería descubrir lo que había allí abajo. Bajé caudalosamente con miedo y a la vez intrigada. De repente me encontré sola en esa habitación siniestra y tenebrosa. Los ruidos ya no se escuchaban, pero subiendo de nuevo a mi habitación se escuchó un ruido muy diferente al anterior, éste era mucho más agudo, parecían voces. Asustada decidí ir a la habitación de mis padres, pero al encontrarme allí me dí cuenta que no había nadie, sólo era una habitación completamente vacía.
La cama estaba desecha, como si antes mis padres hubieran dormido allí. Entonces decidí pellizcarme, pero todo eso era real.
Salí a tomar aire, fui hacia mi patio de atrás. Vi una luz que venía de una zona de mi sótano que yo desconocía.
Me acerqué un poco a la ventana y desde allí se podían distinguir dos siluetas humanas. Me dirigí al sótano de nuevo y me escondí en un rincón.
Al pasar un rato allí escondida y ver que no pasaba nada y que no se escuchaba nada, me dirigí hacia la puerta, una puerta que no había visto nunca. Pegué la oreja para ver si oía algo, pero no escuché nada.
Me dí cuenta de que la puerta tenía cerradura y miré a través de ella. Vi a una mujer sentada en una silla atada con una cuerda. Estaba de espaldas, así que no la pude identificar. De repente, vi como un hombre se le acercaba. ¡Era mi padre!
Me aparté de la puerta aterrorizada, ¿Y si esa mujer era mi madre? Entonces volví a mirar por la cerradura y esta vez, mi padre se dirigía hacia la puerta. Corrí a esconderme y de repente la puerta se abrió. En ese instante pude verle mejor la cara y, definitivamente, era mi padre.
Al confirmar que ya había subido por las escalera, fui a la habitación. La mujer seguía atada, llorando y con moratones por todas partes.
Me acerqué sigilosamente hacia ella y al verme se alertó. Le quité la cinta aislante de la boca y la abracé. Mi madre me dijo que tenía que huir de ahí cuanto antes, que era muy peligroso. Pero entonces, lentamente, cerró los ojos para siempre, para no volver a despertar.
Llorando y sin mirar atrás, corrí hacia la calle. Pero al abrir la puerta de casa, mi padre me vio. Empecé a correr desesperadamente, no sabía hacia dónde me dirigía. Mi padre iba detrás mio, y me agarró del brazo con mucha fuerza.
Me entró el pánico, intenté soltarme y por suerte lo logré. Decidí dirigirme a la policía, que estaba un poco lejos, pero en esas circunstancias no me importaba.
Ya había llegado, mi padre ya no me seguía. Entré pero no había nadie por allí. En un instante, se encendió la luz, mi padre había llegado antes que yo y me estaba esperando. Ésta vez fui hacia la parte de atrás de la comisaría, vi a un policía y le dije con estas palabras toda desesperada y casi sin aliento “Necesito ayuda, mi padre me persigue y a torturado y matado a mi madre”
El policía se acercó a dónde se encontraba mi padre y en ese instante, cansada y sin fuerzas me desmayé.